Dicen
que a través de las palabras, el dolor se hace más tangible. Que podemos
mirarlo como a una criatura oscura. Tanto más ajena a nosotros cuanto más cerca
la sentimos. Pero yo siempre he creído
que el dolor que no encuentra palabras para ser expresado es el más cruel, el más
hondo… el más injusto.
Hay
nubes grises que cogen su color al estar cerca de la luna. Hay nubes sin
sombra. Hay nubes densas, blancas y brillantes cuyos bordes se tocan. Hay velos
blanquecinos formados por cristales de hielo. Nubes como rebaños. Hay nubes
negras como montañas oscuras, que en unos instantes cubren el cielo y anegan la
tierra de lluvia…..
Nos
enamoramos de una voz, de unos rasgos, de un gesto. ¿Por qué de una combinación
precisamente de entre todas las del mundo? ¿Qué extraña alquimia hace que sea esa y no otra? ¿Qué oculto atajo toma un alma
que se abre camino hacia la nuestra?
Cuando
eres un niño nadie te dice que el amor puede ser tan ….. devastador.
Hay lugares que
encierran de una manera especial los momentos que hemos vivido en ellos, y
cuando regresamos ahí están, listos para ser revividos, intactos, ¿sabéis
cuándo la pasión se transforma en amor, y cuándo el amor en pasión, cuándo
cruzamos la frontera que separa un ser del otro y no podemos regresar...?¿En
qué momento cristaliza... en qué momento cualquier voluntad nos abandona, en
qué momento el amor y dolor se mezclan tanto, tanto... que nadie ni uno mismo
puede distinguir donde empieza uno y acaba el otro?
Hay nubes como velo de cristal y
nubes pesadas como castillos. Nubes que nos recuerdan la cara del ser que
amamos y nubes con rostros que no queremos recordar. Siempre viví mirando al
cielo y nunca encontré dos nubes idénticas. Así quiero morir. Mirando las nubes
y buscando la pregunta a una respuesta que no conozco.
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