“Compañeros mortales” es la única de las películas que me
faltaba por ver de tu filmografía, curiosamente la primera que hiciste. Después
de verla no pude por menos que bajar a tus infiernos dorados.
Y bajé...
Cabalgué hacia un duelo en la alta sierra entre manantiales
de agua fresca bajo el manto crepuscular de unos horizontes donde los héroes
fueron sustituidos por perdedores de por vida. Nos mostraste, entre otras
sabrosas escenas, el fundamentalismo religioso más rancio y vomitivo junto a la amistad traicionada y luego recuperada en
situación límite que es cuando de verdad afloran los verdaderos sentimientos. El
viejo oeste moría, los tiempos cambiaban…
Sin tiempo cinematográfico para respirar me embarqué en la
aventura del Mayor Dundee donde volviste a enfrentar a dos amigos que, aunque
unidos hasta atrapar al indio Charriba,
sobreviven por caminos opuestos. Ay de esos tus caminos polvorientos y sin límites….
Te busqué, en Pat Garrett, adaptándose a los nuevos tiempos, persiguiendo y asesinando a su antiguo amigo Billy (el inadaptado por excelencia de todo tu inadaptado cine) pero muriendo interiormente mientras abría fuego hacia su propia imagen en el espejo. Entretanto sonaba la música de Bob Dylan llamando a las puertas del cielo…
Te busqué, en Pat Garrett, adaptándose a los nuevos tiempos, persiguiendo y asesinando a su antiguo amigo Billy (el inadaptado por excelencia de todo tu inadaptado cine) pero muriendo interiormente mientras abría fuego hacia su propia imagen en el espejo. Entretanto sonaba la música de Bob Dylan llamando a las puertas del cielo…
Después me dirigí hacia tu obra maestra contemplando a unos
forajidos entrando en un pueblo y robando
un banco para dar lugar a una de esas
escenas por las que llevas el sobrenombre de poeta de la violencia. Pero la poesía, tu poesía no está en las
imágenes ralentizadas de muertes con sangre fácil, está en ese grupo salvaje saliendo
del poblado mexicano. Esos ladrones de trenes y de bancos, son despedidos como reyes corporales de un Olimpo desértico, agonizante, decadente, alacranesco.
Tú, suicida de alcohol y drogas, rodaste el suicidio más
hermoso de la historia del cine cuando los cuatro delincuentes bajo el pretexto
de liberar a su amigo de las garras del general piensan por lo bajini: ¿Y por qué no?.
Después visité la inhumana violencia de unos perros de paja
enfrentada a la violencia interior del matemático cabezota….. no pude ver al
gran Warren Oates en su papel protagonista del digno poseedor de la cabeza de
Alfredo García pero sí que mi vista alcanzó ese desierto donde Cable Hogue encontró agua, puta y sacerdote
que sermoneara su muerte. Nunca vi una
cara de pillo más asombrosamente seductora y entrañable que la de Jason Robards
en esa cinta, en la que por cierto, y no me había dado cuenta hasta que volví a
verla de nuevo, el nombre de Hildy aparece en una escena graciosa y
tierna.
Cuanta rabia me da que al hablar de ti me respondan con el “ah sí,
el de las películas violentas”… ¿Es que alguien ha descrito con más exactitud
la violencia interior del ser humano? ¿O el fin del salvaje oeste ante el
avance irreversible de la “civilización”? (Ford mediante) ¿O una mirada más llena de ternura como la de
Cable Hogue hacia Hildy?
No hay palabras para escribirte Sam, mi folio en blanco día
tras día se negaba a ser invadido por este perro de paja de las teclas. Así que
discúlpame por mi atrevimiento.
Perdedor que ensalzaste a los perdedores, que inculcaste un código de conducta
moral a los parias y asesinos, a los que normalmente en las pelis llamamos los malos…. siempre serás uno de los grandes, pero también uno de los nuestros.
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